Une image est déformée de l'autre côté du miroir.
Una vez mas te veo venir, con la cabeza gacha y ese andar tan tuyo. Te detienes frete a mi y tus ojos azules me van descubriendo paulatinamente desde abajo hacia arriba. Traes con vos tus te amo de juguete y das la señal como un potrillo a punto de relinchar, es hora de volver a jugar. Pero que clase de peón elegí ser, que jodida resulté ser. El triste peón con aspiraciones de reina. Para, dejate de joder, yo no quiero jugar, ni a esto ni a nada. Esto no es lo que dijiste , y si lo fuera, es la clase de diversión que tiene todo lo que no me divierte, todo lo insano, demente e inmundo de los juegos que desprecio. Vos sos todo lo que nunca quise, y aun así, te amo.
No obstante seguís ahí mirándome, con la misma mirada con la que los viejos miran a los niños, con los ojos agrietados, iluminados, contemplando el exceso de vida que les recuerda la poca que les queda a ellos. Te entiendo, créeme, así de fascinante soy cuando me siento atraída por tus ojos azules claros, clarísimos. Pensándolo bien son celestes, pero tan profundos que pareces azules y tan tristes que parecen estrechos, y encima me miran y se encienden. Definitivamente no quiero jugar. No debo, aunque me muerda los labios amargos, urgentes, desesperados. Cuanto te amo.
Aún me retumba el adiós en los oídos. No se si mencionaste algo antes o después, seguro que si, sos un parlanchín de esos que dialogan hasta por los codos para no quedar mal, de esos que se llenan la boca con excusas para no inculparse luego, para ser un poco mas in imputables, pero ya lo dijo Cortazar "las excusas son errores bien vestidos" .
En mi entrecejo ya está tu rostro labrado, sos todo imputable, desde los besos y las caricias hasta el adiós . Puta, no me lo saco mas de la memoria, ni una cosa ni la otra. Aunque a los besos ya no los recuerdo, pero ese adiós me tortura y desde ese día, el de su repentina aparición, estoy corriendo para que no me alcance nunca, pero hoy... hoy me detuve y miré hacia atrás con la esperanza de que ya se hubiera esfumado, pero no, sigue ahí y admito que no me sorprendió. Sigue ahí tan pegado como si nunca hubiese avanzado ni dos pasos. Se apoya en mi espalda y me roza, respira en mi oído y lo siento tan entero, tan tangible sobre mi piel; descansa sobre mi, y entonces se achica, se hace pelota, se trepa a mi lomo, me abraza y me acompaña toscamente en mi andar.