domingo, 20 de enero de 2013

Desde el lunes las bancas de la esquina serán ocupadas de dolor y nostalgia, allí alguien las abandonó.



A medida que pasaban las horas de sueño se daba cuenta inconscientemente que el día siguiente iba a ser una día complicado. Se levantó llorando, ya sabía que iba a ser así; lloró un rato largo sentada  con los pies colgando sobre el borde de la cama, sopló su nariz, secó sus lágrimas y se alentó a hacer todo más temprano de lo planeado. Con pocas horas de sueño en el cuerpo comenzó a vestirse para luego partir.
Al llegar al lugar las caras largas eran cotidianas, pero esta era la primera vez que le sonreían y hasta parecían apiadarse de ella aquellas personas, de igual manera de sus bocas salían frases desalentadoras que parecían hacer imposible su cometido. La mandaron de un lugar a otro, a hablar con tal y luego con aquél y al final le dijeron que volviera el lunes siguiente. En ese momento ya no importaba, en realidad hacía ya tiempo que no importaba, desde luego el único motivo de llegar a aquel nostálgico lugar era otro, es entonces que su trámite duro menos de cinco minutos pero quería permanecer en ese sitio por un rato más. Caminó por los alrededores, preguntó la hora en que habría el banco, compró un encendedor en el kiosco de al lado  y debe haber pasado unas siete u ocho veces por la puerta del deteriorado y viejo edificio de en frente esperando que él se asomara y de lejos aunque sea la reconozca, y así cruzar unos mínimos segundos sus miradas que dirían mas que su boca en toda la vida, pero sabía que era muy poco posible. Decidió alejarse un poco más y reposar sobre unas bancas que estaban casi llegando a la esquina, pensar quizá un plan para entrar allí y que ocurriera algún milagro. Siempre le parecieron un tanto románticos esos asientos, nunca se sentaron juntos en una, nunca fueron románticos. Miró el reloj por quinta vez y solo habían pasado tres minutos. Se levantó, se dirigió al banco e hizo un par de preguntas que le contestaron con bastante seriedad, volvió al kiosco, compró otro encendedor, otros tres minutos más. Pensó que quizá si las cosas salían como lo esperaba para el lunes siguiente ya no volvería a saber nada de él y esta podía ser su última posibilidad. Tomó coraje, se dirigió hacia la puerta del lugar y recordó que no tenía nada que decir, dio media vuelta y pensó en caminar cerca de la ventana principal, que de seguro de ahí podía ver algo, pero debía pasar a una distancia prudente, muy cerca sería notorio, muy lejos sería una excursión ineficiente. Rodeó el lugar, caminó cerca de las ventanas, pero no miró, no se animo, si miraba y no estaba había gastado casi 20 minutos de su vida en nada; si miraba y estaba podía romperse su alma en miles de pedazos, de todas formas no quiso arriesgar. Cruzó la zona mirando el reloj, mirando hacia cualquier lado menos donde quería, dobló en la esquina y aprovechó para hacerle unas averiguaciones a su vecina en el edificio continuo. En aquel lugar nadie contestó, pero había cientos de notas pegadas en los ventanales con las respuestas a todas las preguntas que se le ocurrieran a uno, definitivamente es una buena forma de ahorrarse tiempo trabajando. Comenzó a darse cuenta que debía regresar hacia la calle principal para encontrar un transporte que la devolviera a su hogar, necesariamente debía volver a pasar por la casona mas horrible del mundo que contenía la cosa mas hermosa del mismo mundo. Volvió a hacer el recorrido a la inversa, pero esta vez se dirigía hacia las bancas de las esquina nuevamente, de esta forma pasaba un poco mas lejos de aquellas ventanas; se frustro un poco mas y se avergonzó un poco menos. Caminó y se acercó a ella un perfume muy parecido al de su cuerpo, su corazón comenzó a latir mas lento y vigoroso, recordó la primera vez que lo miró, la segunda, la tercera, y la cuarta por supuesto, en esa se enamoró. Un golpe de viento le hizo girar la cabeza hacia la ventana principal del horrendo lugar y en unos pocos segundos pudo verlo, de perfil, lucía mas delgado que de costumbre, mas alto y mas hermoso; se le llenaron los ojos de lágrimas, su corazón se partió por infinita vez. No llegaron a cruzar miradas, o no estaba muy segura de eso, porque en el momento que giró su cabeza en su dirección, ella la giró hacia su destino, las celestiales bancas, que en ese momento parecían verse como los asientos del infinito paraíso en las que necesitaba desmayarse y relajar su cuerpo lleno de dolor alegre. Sabe que la vio, sabe que buscó hacerlo y sabe además que fue la última vez. Para el lunes siguiente, la horrible casona que yacía como un viejo velatorio, ardió en llamas donde todos sus recuerdos y todos sus muertos volaron en cenizas por el largo cielo inundado de un alba naranja, resplandeciente por el fuego y ennegrecido por la escoria. Nunca más pudo ver ni de lejos una sombra de él.

2 comentarios:

  1. Un banco que nunca se volverá a ocupar, solo pasará por allí el recuerdo..
    Beso

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  2. Asi es, un recuerdo y un retazo de soledad, beso grande...

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