miércoles, 3 de noviembre de 2010

Figurines

La pantalla del televisor me transmite un colorido y vulgar arcoiris, que va del blanco al negro. Entre medio, un amarillo opaco, un celeste pálido, un verde flúor, un rosa pastel, un rojo intenso y un azúl brillante. Ocho colores que me traen sensaciones distintas. Es difícil creer que mirar una pantalla con esta emición te pueda llegar a motivar distintas partes de tu cerebro y así, hacerte recordar cosas que quizá no quisiste nunca volver a traer a tu mente; tal vez sea esa horrible combinación que me revuelve el estómago.
No hace falta decir que esta imágen declara el final de la programación. Es un indicio de que el día terminó y de que es hora de arrivar a la cama y desembarcar en la almohada todos mis delirios y pensamientos del día; para luego despertar a la mañana siguiente. Estancarme en la parada del colectivo con la misma cara somñolenta de todos los días y disponerme a comenzar una nueva y rutinaria jornada. Caminar por la peatonal invadida de personas con la misma cara que la mía, y esa insatisfactoria expresión en sus ojos. Son rostros sin rostros que siguen su ruta; a algunos solo llego a verles la espalda y su caminar pesado; otros que vienen de frente no se atreven a enfrentar miradas, caminan cabizbajos, pensativos, supongo que irán a trabajar o quizá a hacer trámites.
Están también los que si se animán a interponer sus miradas en mi camino, pero siempre con esa expresión de vacío en sus caras.
Nadie ríe esta mañana común,
¿Qué será lo que pasa por esas mentes?
¿Qué será lo que estamos haciendo mal?

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