domingo, 27 de marzo de 2016

Encastre.



Todas las habitaciones se vuelven frías, heladas con su presencia, pareciera morir la vida y vivir la muerte. Me inunda los rincones y me envuelve en un negro y a veces tibio perfume a violetas, si, también puede ser tibio, aunque acople de nostalgias, de preguntas sin respuestas, de pensamientos abstractos, de piel sin piel, de huesos sin huesos.
Bailo sola por toda la casa una canción que me recuerda al verano y siento el sol golpeando mis hombros, mi cuerpo se pone de fiesta, levanto los brazos y acaricio el aire mientras deslizo las caderas, lavo los platos y observo mi reflejo que danza en la ventana. La chica de ojos tristes sonríe y baila, disfruta el momento y piensa que comer, tiene hambre y la panza le hace ruido, y cree a ciencia cierta que si no se alimenta se va a morir y que luego no podrá quejarse cuando la balanza marque en bajada, la única mujer del mundo que busca subir unos kilos come medialunas todas las mañanas y chocolates todas las noches, ahora baila y le sonríe a su reflejo en la ventana.
Cocino, tomo mi celular, observo el silencio, hoy hay una fiesta a lo que no asistiré porque quiero seguir bailando conmigo misma, aunque me duela.
Sentimiento ambiguo de dolorosa felicidad, la caricia de mi madre, las rodajas de pan con manteca y azúcar los domingos a la mañana, el cartero que no llegó, el Ford Sierra color bordó, el patio de la secundaria, la cerveza helada al lado de la pileta, los dibujos sobre el piso, el sabor del miedo, la necesidad de la voz, la furtiva pasión de tus besos, el enredo de nuestras piernas en mi cama, en tu invierno; el deslizar de tus dedos en mi espalda, los lunares sobre tu pecho virgen, la sonrisa con los labios apretados, el manantial de palabras hasta el alba, el despertar alborotado del mediodía, el calor del sol en mi nuca, el beso en la mejilla del adiós, los pasos largos, la enroscada mirada en el achicamiento, los monstruos en el estomago, el cigarro en el balcón, la luna en tus ojos, la sonrisa cómplice, las cosquillas en la cama, el sexo vestido de amor, el amor vestido de sexo, el capuchón de la lapicera mordida, la despedida de mi hermana, los libros subrayados, el diccionario de palabras propias, la globoludización y tu enojo, la muerte prematura del potus de la tía Norma, el llamador de ángeles en la puerta, la primera vez, el collar de perlas nacaradas de la abuela, los discos de Pink Floyd, la canela sobre el café, los dieciocho anillos de Miriam, las mañanas de peatonales vacías, el primer beso, la mudanza del nono, la desobediencia de tus manos, las tinieblas del vacío existencial, el espejo rebelde, la utopía de los sueños imposibles, la lágrima caminando por tu pómulo, la flor de loto, la lluvia resbalando en la ventana, el abrazo por la espalda, el olor a té, las milanesas quemadas, las caminatas de la mano, el atardecer en tu piel, el régimen de limpieza los sábados a la mañana, el vino de los viernes a la noche, el límite de tus labios, la intrínseca separación de nuestros cuerpos, la caricia infinita, el tatuaje en tu muslo, mi beso en tu vientre, la imagen perfecta de tu desnudez en mi cama dándome la espalda mientras te observo apoyada en el marco de la puerta, tu sencilla admiración, la benevolencia en tus ojos grandes, misteriosos; la súbita mordida en mi cuello, la filosofía escandalizada, tu cuerpo y mi falta de respeto ( Dios mio, tu cuerpo), las miles de estrellas atestiguando, los perros ladrando, las quejas de los vecinos, la mirada perdida, las manos apretadas, el orgasmo y el erizo en la piel, creer en algo supremo, los silencios, el desdoblamiento del alma, las suposiciones, las superposiciones, el estigma del pasado, y ahora... la soledad de mi reflejo en la ventana, los ojos tristes danzando, la boca entreabierta seduciendo el aire, la espiración profunda, la nostalgia de tu ausencia y la música de fondo.


Todo eso, todo junto.

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