jueves, 31 de marzo de 2016

El Kháos, obvio.


Dicen que cuando dos personas con un alto porcentaje de compatibilidad emocional se conocen, el mundo de cada una de ellas se vuelve un caos, como si las fuerzas encargadas de unirlos chocaran con las fuerzas encargadas de separarlos (todo muy cuestión de química avanzada), y como producto de ese estallido se produce una revolución extraordinaria en la propia vida de cada involucrado; el dato de color es que esto sucede de una forma involuntaria y casi automática para generar espacio y tiempo para aquél posible amor y quitar del horizonte final, y a riesgo de que empañen la historia, todos esos problemas que pateamos durante tanto tiempo para después. Cuando el amor llega ese "después" se hace hoy, y es justo en ese punto donde cada uno debe optar por una resolución, enfocarse en ordenar el caos o abrirse a conocer a su nueva oportunidad o porque no, darle espacio al ingenio para que luche a favor de ambas cuestiones.
Conocí a Ramón, si, Ramón, un otoño de algún año, volvía a casa caminando al medio día, el sol pegaba fuerte sobre el asfalto, los árboles, sobre mí y todo lo demás. A medio camino hay una plaza llena de árboles y decidí reposar allí un momento a beber agua y disfrutar de los últimos días de calor, relajarme, sola, sin apuros. Sobre el pasto escuchando música con los auriculares y los ojos cerrados siento una lengua que resbala sobre mi frente, instante en el que sorpresivamente me reincorporo y veo a Kháos, un pequeño perro negro moviendo la cola para todos lados saltando e invitándome a jugar; quito los auriculares de mis oídos y lo saludo al mismo tiempo que le convido unas caricias en el lomo, corriendo se acercaba Ramón para pedirme disculpas, lo cual yo conteste con sonrisas que no era ningún problema que me gustaban mucho los animales, y él también pero no se lo dije, obvio que no se lo dije. No recuerdo bien como la conversación se extendió, charlamos cerca de una hora mientras Kháos corría por todos lados, intercambiamos nuestros números y quedamos en volvernos a encontrar en la plaza en algún momento, le deseé suerte y emprendí nuevamente el recorrido  hacia mi casa sin nuevas distracciones y pensando en lo extraño de ese encuentro, no muchas mas veces que en el cine Hollywoodense ocurren estas cuestiones, por lo pronto decidí no hacer suposiciones y dejar que las cosas pasaran como quisieran. 
Al cabo de una semana recibí un mensaje de Ramón preguntándome si iba a estar en la plaza ese mediodía, él iba a llevar a Kháos y gustaba de reencontrarse conmigo; mensaje que no respondí pero igualmente fui al lugar del ultimo encuentro y luego de unos minutos aparecieron juntos. Ramón me preguntó si me había molestado su mensaje, le dije que no, que preferí hacerlo igual de "casual" que la primera vez, me sonrió y no volvió a indagar sobre el tema. Charlamos varias horas mientras Kháos iba y venía y se revolcaba al rededor. Me contó de su trabajo, de su carrera, de su familia, sus amigos, y creo que no dejó muchos aspectos básicos de su vida sin mencionar; yo también le conté algunas cosas acerca de mi vida. Charlamos lo suficiente como para arreglar salir juntos alguna noche a cenar y acepté.
No recordaba lo que se sentía tener una cita, los nervios, las mil preguntas y todas las conjeturas y suposiciones a las que llegamos con estas cuestiones, pero no le di mayor importancia y llegué al bar donde habíamos quedado, él llego unos minutos mas tarde sin Kháos, y tomamos unas cervezas hasta estar lo suficientemente ebrios como para besarnos desinteresadamente, luego cada uno a su casa.
Los días siguientes fueron sucediendo con constantes mensajes a través del celular contándonos acerca de nuestro día y lo que hacíamos a cada momento; básicamente como empiezan las relaciones hoy en día. Me invitó a vernos, le propuse venir a mi casa por lo temprano del horario y después salir a comer algo por algún lugar, él accedió, conversamos un largo rato, fuimos a cenar y luego volvimos; nos besamos mucho, muchísimo y lo llevé a mi cama en donde lo desnudé y le hice el amor a modo de postre. Nos despertamos al otro día, con sonrisas cómplices, le preparé un café y luego lo acompañé hasta la puerta dónde lo dejé ir. 
Al día siguiente, intentando hacer una presentación en mi computadora, el disco duro comenzó a funcionar mal al punto de descubrir que se había dañado, así que el resto del día tuve que dedicarme a solucionar ese problema ya que necesitaba ese trabajo terminado en tres días. Luego de pasar por eso, llegando a mi oficina el auto se descompuso y tuve que llamar a la grúa para llevarlo al taller y que me cobraran un dineral por algo que no sabía ni de que se trataba, nunca sabré si realmente ese costo era razonable o si mi condición de urgencia e ignorancia sobre el tema fueron las que elevaron el precio. Para finalizar, la presentación la entregué un día tarde con el consiguiente llamado de atención por parte de mis jefes, había mirado mal la fecha y con el tema de la computadora y el auto se me pasó por alto; y como esto no termina ahí, el sábado lavé todas las camisas blancas del trabajo en el lavarropas y se me inmiscuyo una media color verde (sabrán entender los resultados), además murió el helecho que me había regalado mi madre hacia dos semanas, perdí un billete de 100 pesos, el gato defecó sobre las sábanas nuevas de mi cama, se reventó una lapicera azul que tenía guardada en el bolsillo de mi camisa (si ahora es verde veteada con una gran mancha azul en el pecho), después se me cayó tres veces el celular: una mientras caminaba apurada buscando el pronóstico y un ciclista me llevó por delante, otra mientras hacia pis (por suerte esquivó en el inodoro) y otra cuando bajaba del auto y había olvidado que lo tenia apoyado sobre mi falda, con ésta última dejó funcionar y por ende Ramón se diluyó también en alguno de esos golpes.
Como resultado de esta semana trágica olvidé por completo recuperar su número ya que mi enojo con el mundo era lo suficientemente grande como para ignorarlo hasta que la mufa se diluyera. Aún creo que si el destino nos cruzó alguna vez fue por algo, y ese "algo" podrá hacer que nos volvamos a reunir si es así que el mundo lo prefiere, o hasta que vuelva a tener un nuevo celular.
Mientras tanto, sigo recostándome en la plaza camino a casa, me pongo los auriculares y cierro los ojos e imagino que pasaría si yo no fuera yo, y yo fuera Ramón o tal vez el mismo Kháos.

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