viernes, 9 de noviembre de 2018

MÓNADA




Si en un beso te explicara
si en una caricia lo entendieras
dejarías de preguntarte...

Cuan ruidoso el cerezo baila con el viento y atraviesa el tiempo, 
existe suavemente sin resoplo de cordura ni vanidosa sobriedad.
Majestuoso seduce el aire, 
con un soplido elegante se ensancha ante el eterno cielo,
como si inflara su pecho 
se desdobla ante las colinas espléndido.

Indagando en la metamorfosis de las alas del ángel, 
descubro la sabiduría oculta en el infinito, 
imaginando, el tiempo es eterno.
Hoy mis sentidos mandan y demandan.

El universo tiene el color de tus ojos, 
la profundidad de tu alma y el olor de tu piel. 
Nado como un pez sin cola, vuelo como un pájaro sin alas, 
No encontrarte no es perderse. 
El olvido es un mapa en otro idioma.

En mi orgullo descansa inerme la prudencia 
que peina su largo cabello de espaldas al sol, 
se envuelve en un trozo de nube, 
se perfuma, vuela.
En los campos sembrados de flores, 
es común encontrarla descansar, 
en el sueño de la verdad, 
contempla el cielo y una mueca de paz le inunda el rostro, 
satisfecha no descubre el medanoso circuito
que rodea su cuerpo en la oscuridad.

Comenzamos en ese beso que
primero tímido y vago 
apareció sobre nuestras bocas secas 
y luego furtivo y estrecho 
nos encontró latiendo fuerte. 

No tuvimos frío. 
Y me sentí como quién luego de largas horas de viaje 
logra poner los pies en el mar, 
como quién abre un libro 
y en las primeras líneas se le enciende el alma.

Invadida encapsulada
protegida del error y del acierto,
aforada,
y bastó solo un beso para derribar 
años de atrincheramiento.
Un beso puso en dudas todas mis creencias, 
un beso me acarició el alma, 
un beso y el tiempo se vio quieto, 
un beso y el Olimpo se quedó en silencio. 
El mundo quedo suspendido 
y todos en todas partes 
cataron un impasse en la vida,
todo ser viviente dudó.
Los pájaros detuvieron su vuelo, 
los arboles dejaron de bailar con el viento, 
las cigarras detuvieron su canto. 
Todos testigos del quiebre. 
Las luciérnagas del cielo se encendieron como reflectores, 
amontonadas al rededor de la luna 
resplandeciente impoluta. 
Nosotros, 
perdiendo la contextura de los cuerpos, 
nos volvimos fusión abstracta.
Todas mis verdades resbalaron.
Deje de existir, pero no de ser.
Diez segundos, veinte años, la vida entera, 
no se cuanto pasó.
Separando nuestros labios 
nos miramos sorprendidos,
luminiscentes. 
El Olimpo volvió a llenarse de murmullos, 
el mundo volvió a girar constante, 
los pájaros se echaron a volar, 
los árboles continuaron su danza, 
la cigarras siguieron sus melodías, 
y el cielo perdió de a poco 
el extraño fulgor de aquella noche
en la que dos dejaron de ser 
para serse.

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