viernes, 15 de junio de 2012

El derecho a jugar.


Cuando era chico, vivía en una hermosa casa de dos pisos ubicada sobre la calle Mansalva, la ultima o primera de barrio Maracuyá; una larga cuadra con casas numeradas del uno al dieciocho, todas iguales, pegadas una al lado de la otra formando una gran familia o comunidad vecinal. En esas épocas el barrio estaba muy poco poblado y las calles eran de tierra, las mañanas tenían olor a campo y las tardes también; a la hora de la siesta no volaba ni una mosca, por lo tanto la siesta se dormía como se debía, hasta que fui conociendo a mis vecinos quienes se fueron convirtiendo en mis compañeros de andanzas, en especial a esas horas.
Todas las tardes jugábamos al fútbol en frente de la casa número doce, donde vivía Don Juan, que justo daba a una pequeña plaza; dada la casualidad, Don Juan, tenía el mejor portón para usarlo de arco, por eso nunca llegábamos a terminar el primer tiempo, porque salía asomándose por la ventana del segundo piso, que daba directo  a dónde estábamos nosotros y a los gritos nos echaba diciéndonos que a la hora de la siesta se duerme y no se hace ruido, que no era para jugar y que si queríamos hacer bochinche nos fuéramos a jugar a la puerta de nuestras casas. Con los ojos llenos de decepción nos sentábamos a pensar que hacer; y como única solución esperábamos que Don juan saliera a tomar mates al Jardín, lo cual era nuestra señal de que la hora de la siesta había terminado y que el partido estaba apto para ser reanudado. Así pasábamos todas las tardes de verano hasta la hora de la cena en la cual mi madre salía al grito de ''¡Franco adentro que ya está la comida!'' o, ''¡Franco a bañarse!'', al igual que las madres de mis amigos.
Una tarde después de tomar la leche y alistándome para ir a jugar, escuché ruidos raros afuera de casa, por el lado de la plaza, y rápidamente subí corriendo las escaleras para mirar por la ventana del segundo piso que me dejaba ver la plaza desde arriba, por lo que logré observar camiones llenos de piedras y le pregunté a mi mama que significaba eso, me dijo que iban a tapizar la plaza con piedras porque al ser de tierra cada vez que llovía se llenaba todo de barro y que con esa decisión evitábamos ese problema. Sin pensarlo un minuto mas decidí salir a investigar. Ahí me encontré con Mariano, Pipo, Julián y Bocha, que al igual que yo estaban intentando averiguar que pasaba. Nos miramos las caras entre los cinco hasta que llegó Martín y nos preguntó si sabíamos porque estaba pasando, obviamente nosotros no teníamos idea de que se trataba, así que con su mejor cara de abogado diplomado nos contó que el martes pasado en la junta vecinal de la cuadra, los vecinos votaron por hacer esto, es especial Don Juan, que argumentó a favor de la piedras diciendo que de esa manera podría dormir las siesta tranquilo ya que no había manera de jugar al fútbol ni de andar en bicicleta con una superficie así. Al decir esto una presión horrible se nos había venido al pecho, estoy seguro que ninguno quiso derramar ni una lágrima para no quedar como una nena pero todos llorábamos por dentro. Ahora si se acabaron las tardes de fútbol y peleas con las chicas que nos usurpaban la cancha con sus bicicletas.
Así pasamos la semana mas aburrida de la historia, porque por mas que quisiéramos jugar al fútbol, la pelota se paraba, no rodaba ni dos veces seguidas; intentábamos hacer de cuenta que era igual que siempre, pero todos sabíamos que no.
La tarde del vienes mientras estábamos sentados en ronda viendo como las chicas caminaban en círculos en busca de lo mismo que nosotros, a Pipo se le ocurrió una terrible idea: hacer una manifestación; así es como convocamos a las chicas quienes se unieron e hicieron carteles, nos paramos en el medio de la plaza y con palmas y cantos comenzamos:

- No mas piedras!, ¡No mas piedras!, ¡No mas piedras!.

Algunos vecinos salieron a ver que pasaba, se reían y volvían a entrar en sus casas. Esto nos enojó mucho, nadie nos prestaba atención así que todos empezamos a hacer lo que Mariano, sacar las piedras.

- ¡Justicia en manos propias señores!.- gritó y comenzó el desastre.


Digo desastre porque en menos de diez minutos de esto, salieron nuestros papás y nos entraron de las orejas a nuestras respectivas casas. Yo escuché el sermón del siglo por parte de mamá Lu y papá Carlos, que decían cosas como que es un beneficio para todos, que es un sacrificio pagarlo, que yo no te di esa educación, bla bla bla. Y entonces pensé, ¿cuál es el beneficio que traen las piedras si nosotros no podemos jugar?, ellos porque no juegan y por eso no les importa, además que tanto sacrificio hay en comprar un par de piedras si en cualquier lado las encontrás, yo pensaba que eran de todos, pero hoy en día se hace dinero hasta vendiendo piedras comunes y corrientes. Además me habían retado por pelear por lo que es justo para mí y mis amigos; no se trataba de ser mal educado, si no de pelear por el derecho a jugar o por lo menos eso me decía mamá Lu siempre,que peleara por mis derechos, ¡quién los entiende!.
Después de eso, estuvimos castigados sin poder salir a jugar como por tres días para la felicidad de Don Juan, aunque en realidad yo estuve castigado un solo día  porque a mamá Lu le hacía alguna cara tierna, la abrazaba, le daba un beso, le decía que la quería mucho y se le pasaba el enojo y me dejaba salir de nuevo, pero a mis amigos no los dejaban salir así que era lo mismo que seguir en penitencia; ojalá sus mamás hubiesen sido como la mía.
Al fin, cuando nos volvimos a juntar, Bocha trajo la "gran idea" que nos llevaría a la solución de nuestros problemas. Fue corriendo a su casa y trajo de ahí unas pinzas que le había sacado a su papá de la caja de herramientas sin pedirle permiso, nosotros no entendimos bien porque, pero nos dijo "síganme" y nos llevo dos cuadras mas adelante donde nos encontramos con un descampado , el cual estaba rodeado en su frente por un alambrado en el cual hicimos la puerta con la ayuda de la pinza y entramos. A todos se nos llenaron los ojos de luz; estoy seguro que mas de uno se imagino entrando en el monumental con la tribuna llena. 
El lugar era muy amplio, pero estaba todo lleno de basura y el pasto largo, así que esa semana nos dedicamos a limpiar todo y a preparar nuestro potrero ahí.
Así fue como dejamos  a Don Juan dormir en paz su siesta para escaparnos al terreno deshabitado a dos cuadras de nuestras casas, terreno del cual nos adueñamos y llamamos "la canchita de Mansalva". La llenamos de grafitis por todas las paredes y hasta pintamos un escudo, nos sentíamos un equipo de verdad. Fuimos tan felices ahí, con las chicas detrás del alambrado alentándonos y gritando cada gol como si fuera el de la final Argentina vs. Brasil en el mundial. Peleando por quien se ponía el 10 y jugando por la coca aprendimos el valor de la amistad, llenos de tierra, pero felices.
Cuándo sentíamos que las cosas no podían ser mas perfectas, unos hombres con casco se apropiaron de la cancha que con tanto compromiso cuidamos, y en nuestros rostros comenzaron a edificar la casa que usurparía nuestra felicidad.
Cansados de que nos saquen de todos lados, pero no conformes aún, seguimos, pero esta vez desafiando las ordenes de nuestros padres jugamos en la calle de nuestra cuadra, por la que no pasaban muchos autos, pero de vez en cuando teníamos que parar el partido para que pase alguno. Para nuestros papás el máximo peligro, para nosotros, la ultima esperanza.
Esta pseudo felicidad, poco duró  porque después de un mes pavimentaron toda la cuadra y nuestra última esperanza de ser los campeones del barrio.
Ya sin lugar donde jugar, dejamos la pelota de lado y nos juntábamos las tardes a mirarnos las caras, totalmente desesperanzados.
El tiempo pasó haciendo de las suyas y fuimos creciendo; algunos de los miembros del equipo desaparecieron en busca de otro refugio futbolero, otros se mudaron y los que quedamos dejamos de juntarnos con los meses y así fue como el equipo quedó desarmado al igual que el sueño de tener nuestra propia cancha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario